jueves, 9 de febrero de 2017

SALVANDO LAS DISTANCIAS

Posiblemente habréis oído, en alguna ocasión, que existen personas tóxicas. No se trata de una leyenda urbana ni de un caso aislado que haya ocurrido en algún pueblo olvidado en algún punto de la geografía. Doy fe de su existencia y, como se dice en el caso de las brujas: Haberlas, hailas. De personas tóxicas todos, sin excepción, tenemos a nuestro alrededor. 

Bajo una aparente apariencia (valga la redundancia) de cercanía y amabilidad, es una tipología de persona que parece que tenga intención de ayudarte pero, en realidad, te hace más mal que bien.  Me explico. Cuando entramos en la deriva de la enfermedad, nos agarramos a cualquier “tabla de salvación” que nos preste un poco de atención. Estamos tan perdidos y desesperados que escuchamos el consejo de cualquiera, sin antes pasarlo por el colador de la imparcialidad para darnos cuenta, después, de que eso que nos contaban no nos beneficiaba, al contrario, nos perjudicaba.

La persona tóxica se queja por necesidad, se queja de la Vida, de sus circunstancias, de su mala suerte pero, sorprendentemente, no hacen nada por salir del pozo. Están inmersos en una lucha constante, ven enemigos por todas partes y son incapaces de sacarle el lado positivo a la mayoría de las situaciones. Y nosotros, en ese estado de desesperanza que nos encontramos, nos dejamos llevar por ese pesimismo atroz, como el mismísimo lobo que nos acecha, y nos arrastran con ellos al túnel más oscuro. A menudo, suelen ser amigos pero, en el peor de los casos, estas figuras también están representadas a través de nuestros familiares más cercanos. Quizás tengas un  padre depresivo, una hermana demasiado controladora o cualquier otro personaje que reúna un perfil similar que te esté sumiendo en la tristeza más profunda, aunque en la mayoría de los casos sea de la manera más inconsciente y sutil. 

¡Ojo! Mucho ojo, porque vuestra recuperación y tranquilidad a veces pasa por desvincularse radicalmente de estas personas. El hecho de “recoger” mentalmente todas sus basuras nos contamina y hace que empeoremos y no encontremos la salida. Como siempre repito, la clave está en la RESPONSABILIDAD. TÚ, y nadie más que tú, eres responsable de sacarte de este período en el que estás metida/metido. Está genial buscar apoyo y ayuda, pero que sea “sano” por favor. Quiérete un poquito más y reconoce internamente que esa dinámica no va contigo. Tú Salud te lo agradecerá.

viernes, 13 de enero de 2017

MENOS ES MÁS

Nuestra recuperación está íntimamente relacionada con nuestra tranquilidad. ¿A quién no le ha sobrevenido un brote de Lupus a causa de un episodio estresante en su vida? Pocos pacientes podrán decir que no guarda relación. El hecho de proyectar, anticipar, crear, hacer, generar, producir, cumplir, trabajar… ya de por sí son verdaderos aliados de nuestro archiconocido enemigo: el estrés.
 
Sabemos que éste es uno de nuestros peores estados pero, ¿qué hacemos al respecto? Muchos responderán convencidísimos de su elección: hago técnicas de relajación, reiki, tomo infusiones relajantes, me hago masajes y un largo etcétera de ideas que nos obligan a hacer algo al respecto. Sin ir más lejos, yo era una de ellas. Pero… ¿y si por un momento sueltas el control de todo y te relajas verdaderamente? Suena bien, ¿eh? Pues la solución es bien fácil y, a la vez, algo difícil teniendo en cuenta nuestra cultura occidental. Se trata de no hacer NADA. 

Está claro que todos esos “métodos” que arriba te menciono ayudan muchísimo a encontrarnos mejor aunque, con el Lupus, hay que saber detectar el momento donde tienes que parar, con todas sus letras. Hacer un buen “STOP”, como el de las señales de tráfico, mirar a ambos lados y detenerte, antes de continuar con la marcha de tu vida. Porque lo que está claro es que el Lupus nos obliga a parar por alguna razón. Todavía no me he encontrado a nadie que me haya contado que enfermara durante una etapa feliz y sosegada de su historia. Como ya contaba en uno de mis primeros artículos, la enfermedad suele acontecer a consecuencia de ir a contracorriente, de hacer cosas que NO QUIERES HACER. Te obligas y caes. Nuestro sistema inmunológico frena durante un tiempo la tristeza y el desasosiego que te creas tú misma soportando una vida que no te corresponde. Internamente lo sabes, pero continúas.
Todos tenemos obligaciones, está claro, pero se vive bien con poco y muy tranquila. Sin grandes aspiraciones se alcanza la gloria. Esta frase me acaba de salir del alma. Porque lo he sufrido en mis propias carnes, porque he pasado por una serie de “errores” por los que no quiero que tú, que me estás leyendo, pases. 

El dicho “estirar demasiado de la cuerda” es muy gráfico en el caso de nuestra enfermedad. Demasiadas veces aguantamos, aguantamos y aguantamos esperando que eso que nos crea infelicidad, eso que nos resta ganas de vivir, desaparezca de nuestras vidas. Que esa rutina cambie de rumbo y nos lleve a una vida placentera. Pero la situación resta inmóvil y el cuerpo explota de la peor forma, con una enfermedad. Vivimos inmersos en un sueño donde nos parece que estamos haciendo lo correcto: formar una familia, trabajar hasta desfallecer para ser el empleado del año, adquirir bienes materiales… Pero, ¿ es esto lo que le da sentido a tu existencia? ¿Seguro? Te pido que seas sincera contigo misma. No te juzgues, solo escúchate.

Es por esto que, ya que se te ha dado un toque de atención, observa, reflexiona y razona qué está fallando en tu vida. Dedícate tiempo, mímate y ámate. Es lo único que debes hacer. Y si te apetece tumbarte a mirar el techo, pues lo haces, sin más. Nadie te va a juzgar, solamente esa mente que todos tenemos que te dicta y te atormenta en muchas ocasiones, aunque no seamos realmente conscientes. Lo demás es totalmente secundario. Nada ni nadie dependen verdaderamente de ti.